miércoles, 27 de diciembre de 2017

Oración a San Juan Pablo II

¡Oh San Juan Pablo, desde la ventana del Cielo dónanos tu bendición!

Bendice a la Iglesia, que tú has amado, servido, y guiado, animándola a caminar con coraje por los senderos del mundo para llevar a Jesús a todos y a todos a Jesús.

Bendice a los jóvenes, que han sido tu gran pasión. Concédeles volver a soñar, volver a mirar hacia lo alto para encontrar la luz, que ilumina los caminos de la vida en la tierra.

Bendice las familias, ¡bendice cada familia!

Tú advertiste el asalto de satanás contra esta preciosa e indispensable chispita de Cielo, que Dios encendió sobre la tierra. San Juan Pablo, con tu oración protege las familias y cada vida que brota en la familia.

Ruega por el mundo entero, todavía marcado por tensiones, guerras e injusticias. Tú te opusiste a la guerra invocando el diálogo y sembrando el amor: ruega por nosotros, para que seamos incansables sembradores de paz.

Oh San Juan Pablo, desde la ventana del Cielo, donde te vemos junto a María, haz descender sobre todos nosotros la bendición de Dios. Amén.

Cardenal Angelo Comastri
Vicario General de Su Santidad para la Ciudad del Vaticano
Fuente: Misioneros Digitales

martes, 12 de diciembre de 2017

San Juan Pablo II y la Virgen de Guadalupe

En la homilía pronunciada en la Santa Misa celebrada el 23 de enero de 1999 al concluir la Asamblea Especial  para América del Sínodo de los Obispos, San Juan Pablo II, expresó:

"...Quiero confiar y ofrecer el futuro del Continente a María Santísima, Madre de Cristo y de la Iglesia. Por eso, tengo la alegría de anunciar ahora que he declarado que el día 12 de diciembre en toda América se celebre a la Virgen María de Guadalupe con el rango litúrgico de fiesta.

¡Oh Madre! Tú conoces los caminos que siguieron los primeros evangelizadores del Nuevo Mundo, desde la isla Guanahani y La Española hasta las selvas del Amazonas y las cumbres andinas, llegando hasta la tierra del Fuego en el Sur y los grandes lagos y montañas del Norte. Acompaña a la Iglesia que desarrolla su labor en las naciones americanas, para que sea siempre evangelizadora y renueve su espíritu misionero. Alienta a todos aquellos que dedican su vida a la causa de Jesús y a la extensión de su Reino.

¡Oh dulce Señora del Tepeyac, Madre de Guadalupe! Te presentamos esta multitud incontable de fieles que rezan a Dios en América. Tú que has entrado dentro de su corazón, visita y conforta los hogares, las parroquias y las diócesis de todo el Continente. Haz que las familias cristianas eduquen ejemplarmente a sus hijos en la fe de la Iglesia y en el amor del Evangelio, para que sean semillero de vocaciones apostólicas. Vuelve hoy tu mirada sobre los jóvenes y anímalos a caminar con Jesucristo.

¡Oh Señora y Madre de América! Confirma la fe de nuestros hermanos y hermanas laicos, para que en todos los campos de la vida social, profesional, cultural y política actúen de acuerdo con la verdad y la ley nueva que Jesús ha traído a la humanidad. Mira propicia la angustia de cuantos padecen hambre, soledad, marginación o ignorancia. Haznos reconocer en ellos a tus hijos predilectos y danos el ímpetu de la caridad para ayudarlos en sus necesidades.

¡Virgen Santa de Guadalupe, Reina de la Paz! Salva a las naciones y a los pueblos del Continente. Haz que todos, gobernantes y ciudadanos, aprendan a vivir en la auténtica libertad, actuando según las exigencias de la justicia y el respeto de los derechos humanos, para que así se consolide definitivamente la paz.

¡Para Ti, Señora de Guadalupe, Madre de Jesús y Madre nuestra, todo el cariño, honor, gloria y alabanza continua de tus hijos e hijas americanos!.." 
Fuente: El Camino de María

sábado, 2 de diciembre de 2017

Mensaje de Adviento de San Juan Pablo II

«Vayamos jubilosos al encuentro del Señor» es un estribillo que está perfectamente en armonía con el jubileo. Es, por decir así, un «estribillo jubilar», según la etimología de la palabra latina iubilar, que encierra una referencia al júbilo. ¡Vayamos, pues, con alegría! Caminemos jubilosos y vigilantes a la espera del tiempo que recuerda la venida de Dios en la carne humana, tiempo que llegó a su plenitud cuando en la cueva de Belén nació Cristo. Entonces se cumplió el tiempo de la espera.

Viviendo el Adviento, esperamos un acontecimiento que se sitúa en la historia y a la vez la trasciende. Al igual que los demás años, tendrá lugar en la noche de la Navidad del Señor. A la cueva de Belén acudirán los pastores; más tarde, irán los Magos de Oriente. Unos y otros simbolizan, en cierto sentido, a toda la familia humana. La exhortación que resuena en la liturgia de hoy: «Vayamos jubilosos al encuentro del Señor» se difunde en todos los países, en todos los continentes, en todos los pueblos y naciones. La voz de la liturgia, es decir, la voz de la Iglesia, resuena por doquier e invita a todos al gran jubileo.

Nosotros podemos encontrar a Dios, porque Él ha venido a nuestro encuentro. Lo ha hecho, como el padre de la parábola del hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32), porque es Rico en Misericordia, Dives in Misericordia, y quiere salir a nuestro encuentro sin importarle de qué parte venimos o a dónde lleva nuestro camino. Dios viene a nuestro encuentro, tanto si lo hemos buscado como si lo hemos ignorado, e incluso si lo hemos evitado. Él sale primero a nuestro encuentro, con los brazos abiertos, como un padre amoroso y misericordioso.

Si Dios se pone en movimiento para salir a nuestro encuentro, ¿podremos nosotros volverle la espalda? Pero no podemos ir solos al encuentro con el Padre. Debemos ir en compañía de cuantos forman parte de «la familia de Dios». Para prepararnos convenientemente al jubileo debemos disponernos a acoger a todas las personas. Todos son nuestros hermanos y hermanas, porque son hijos del mismo Padre celestial. (...)

En el Evangelio [leemos] la invitación del Señor a la vigilancia. «Velad, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor». Y a continuación: «Estad preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre» (Mt 24, 42.44). La exhortación a velar resuena muchas veces en la liturgia, especialmente en Adviento, tiempo de preparación no sólo para la Navidad, sino también para la definitiva y gloriosa venida de Cristo al final de los tiempos. Por eso, tiene un significado marcadamente escatológico e invita al creyente a pasar cada día, cada momento, en presencia de Aquel «que es, que era y que vendrá» (Ap 1, 4), al que pertenece el futuro del mundo y del hombre. Ésta es la esperanza cristiana. Sin esta perspectiva, nuestra existencia se reduciría a un vivir para la muerte.

Cristo es nuestro Redentor: Redentor del mundo y Redentor del hombre. Vino a nosotros para ayudarnos a cruzar el umbral que lleva a la puerta de la vida, la «Puerta Santa» que es Él mismo.

Que esta consoladora verdad esté siempre muy presente ante nuestros ojos, mientras caminamos como peregrinos hacia el gran jubileo. Esa verdad constituye la razón última de la alegría a la que nos exhorta la liturgia: «Vayamos jubilosos al encuentro del Señor». Creyendo en Cristo Crucificado y Resucitado, creemos en la resurrección de la carne y en la vida eterna.

San Juan Pablo II
Extracto de la Homilía del Domingo I de Adviento.
Domingo 29 de noviembre de 1998

domingo, 26 de noviembre de 2017

San Juan Pablo II: Jesucristo Rey del Universo

«El reino escatológico de Cristo y de Dios (cf Col 1, 13) llegará a su cumplimiento cuando el Señor sea todo en todos, después de haber aniquilado el dominio de Satanás, del pecado y de la muerte.

Sin embargo, el reino de Dios ya está presente “en misterio” dentro de la historia, y actúa en los que lo reciben. Está presente en la realidad de la Iglesia, que es sacramento de salvación y, a la vez, misterio cuyos confines solo conoce la misericordia del Padre que quiere salvar a todos. “La Iglesia llega, en cierto modo, tan lejos como la oración: dondequiera que haya un hombre que ora” (Audiencia general 14-3-1979]. La santidad de la Iglesia de aquí abajo es prefiguración de la futura plenitud del reino.

Las espléndidas expresiones de la Carta a los Colosenses, a propósito de este reino (Col 1, 13), se refieren a todos los cristianos, pero en particular a María, preservada totalmente de la opresión del mal: “Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor”. Con Cristo el reino de Dios ha irrumpido en la historia, y todos los que lo han acogido se han hecho partícipes de él: “A cuantos lo recibieron, les da el poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre” (Jn 1, 12).

María, Madre de Cristo y discípula fiel de la Palabra, entró en plenitud en el reino. Toda su existencia de criatura amada por el Señor (kejaritoméne) y animada por el Espíritu, es testimonio concreto y preludio de las realidades escatológicas».

San Juan Pablo II
Ángelus 20-11-1983

sábado, 11 de noviembre de 2017

Mes de María . Virgo Fidelis

El 8 de noviembre se inició en los países del Hemisferio Sur  
el mes consagrado a María Santísima, que culmina el 8 de diciembre
con la celebración de la fiesta de la Inmaculada Concepción del María.
La piedad popular ha visto en este mes una excelente ocasión
para multiplicar las iniciativas de piedad mariana.
"VIRGO FIDELIS"

"...De entre tantos títulos atribuidos a la Virgen, a lo largo de los siglos, por el amor filial de los cristianos, hay uno de profundísimo significado: Virgo Fidelis, Virgen fiel. ¿Qué significa esta fidelidad de María? ¿Cuáles son les dimensiones de esa fidelidad?

La primera dimensión se llama búsqueda. María fue fiel ante todo cuando, con amor se puso a buscar el sentido profundo del Designio de Dios en Ella y para el mundo. “¿Quomodo fiet? -¿Cómo sucederá esto?”, preguntaba Ella al Ángel de la Anunciación. Ya en el Antiguo Testamento el sentido de esta búsqueda se traduce en una expresión de rara belleza y extraordinario contenido espiritual: “buscar el Rostro del Señor”. No habrá fidelidad si no hubiere en la raíz esta ardiente, paciente y generosa búsqueda; si no se encontrara en el corazón del hombre una pregunta, para la cual sólo Dios tiene respuesta, mejor dicho, para la cual sólo Dios es la respuesta.

La segunda dimensión de la fidelidad se llama acogida, aceptación. El “quomodo fiet” se transforma, en los labios de María, en un “fiat”. Que se haga, estoy pronta, acepto: éste es el momento crucial de la fidelidad, momento en el cual el hombre percibe que jamás comprenderá totalmente el cómo; que hay en el Designio de Dios más zonas de misterio que de evidencia; que, por más que haga, jamás logrará captarlo todo. Es entonces cuando el hombre acepta el misterio, le da un lugar en su corazón así como “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. Es el momento en el que el hombre se abandona al misterio, no con la resignación de alguien que capitula frente a un enigma, a un absurdo, sino más bien con la disponibilidad de quien se abre para ser habitado por algo – ¡por Alguien! – más grande que el propio corazón. Esa aceptación se cumple en definitiva por la fe que es la adhesión de todo el ser al misterio que se revela.

Coherencia, es la tercera dimensión de la fidelidad. Vivir de acuerdo con lo que se cree. Ajustar la propia vida al objeto de la propia adhesión. Aceptar incomprensiones, persecuciones antes que permitir rupturas entre lo que se vive y lo que se cree: esta es la coherencia. Aquí se encuentra, quizás, el núcleo más íntimo de la fidelidad.

Pero toda fidelidad debe pasar por la prueba más exigente: la de la duración. Por eso la cuarta dimensión de la fidelidad es la constancia. Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida. El “fiat” de María en la Anunciación encuentra su plenitud en el “fiat” silencioso que repite al pie de la cruz. Ser fiel es no traicionar en les tinieblas lo que se aceptó en público.

De todas les enseñanzas que la Virgen da a sus hijos, quizás la más bella e importante es esta lección de fidelidad..."

Extracto de la Homilía de San Juan Pablo II en la Catedral de la ciudad de México del 26 de enero de 1979.

domingo, 22 de octubre de 2017

22 de Octubre: San Juan Pablo II

Hoy es el día dedicado a la memoria litúrgica del amado San Juan Pablo II, en recuerdo de un aniversario más del comienzo de su pontificado en al año 1978 (el año próximo serán 40 años).

Karol Józef Wojtyła nació en Wadowice (Polonia) el 18 de mayo de 1920. Durante la ocupación nazi tuvo que trabajar en una cantera y luego en una fábrica química. Estudió en las universidades de Cracovia, Roma y Lublin. Se ordenó de sacerdote en 1946 y en 1964 fue nombrado Arzobispo de Cracovia. Participó en el Concilio Vaticano II. Elegido papa el 16 de octubre de 1978, tomó el nombre de Juan Pablo II. Ejerció su ministerio petrino con incansable espíritu misionero. Realizó muchos viajes apostólicos. Celebró innumerables encuentros con el pueblo de Dios y con los responsables de las naciones. Su amor a los jóvenes le impulsó a iniciar en 1985 las Jornadas Mundiales de la Juventud. Su atención hacia la familia se puso de manifiesto con los encuentros mundiales de las familias, inaugurados por él en 1994. Promovió el diálogo con los judíos y con los representantes de las demás religiones. Para mostrar al pueblo ejemplos de santidad de hoy, declaró 1338 beatos y 482 santos. Publicó incontables documentos, reformó el Código de Derecho Canónico. Falleció el 2 de abril de 2005.

Es ampliamente conocida la devoción mariana de San Juan Pablo II, que él mismo relataba que se había iniciado cuando a los diez años, siendo un niño, había recibido en un Monasterio Carmelita de Wadowice el escapulario que luego conservó puesto toda su vida.

De su Encíclica Evangeliu Vitae tomamos esta oración de San Juan Pablo II a la Santísima Virgen:
Oh María,
aurora del mundo nuevo,
Madre de los vivientes,
a Ti confiamos la causa de la vida:
mira, Madre, el número inmenso
de niños a quienes se impide nacer,
de pobres a quienes se hace difícil vivir,
de hombres y mujeres víctimas
de violencia inhumana,
de ancianos y enfermos muertos
a causa de la indiferencia
o de una presunta piedad.
Haz que quienes creen en tu Hijo
sepan anunciar con firmeza y amor
a los hombres de nuestro tiempo
el Evangelio de la vida.
Alcánzales la gracia de acogerlo
como don siempre nuevo,
la alegría de celebrarlo con gratitud
durante toda su existencia
y la valentía de testimoniarlo
con solícita constancia, para construir,
junto con todos los hombres de buena voluntad,
la civilización de la verdad y del amor,
para alabanza y gloria de Dios Creador
y amante de la vida.
Amén.

sábado, 7 de octubre de 2017

San Juan Pablo II y el Rosario

De la Carta Apostólica "Rosarium Virginis Mariae", de San Juan Pablo II:

El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (duc in altum!), para anunciar, más aún, 'proclamar' a Cristo al mundo como Señor y Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización».
El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio. En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del Rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor. (...) ("Rosarium Virginis Mariae" 1)

"...El Rosario es también un itinerario de anuncio y de profundización, en el que el misterio de Cristo es presentado continuamente en los diversos aspectos de la experiencia cristiana. Es una presentación orante y contemplativa, que trata de modelar al cristiano según el corazón de Cristo. Efectivamente, si en el rezo del Rosario se valoran adecuadamente todos sus elementos para una meditación eficaz, se da, especialmente en la celebración comunitaria en las parroquias y los santuarios, una significativa oportunidad catequética que los Pastores deben saber aprovechar. La Virgen del Rosario continúa también de este modo su obra de anunciar a Cristo. La historia del Rosario muestra cómo esta oración ha sido utilizada especialmente por los Dominicos, en un momento difícil para la Iglesia a causa de la difusión de la herejía. Hoy estamos ante nuevos desafíos. ¿Por qué no volver a tomar en la mano las cuentas del rosario con la fe de quienes nos han precedido? El Rosario conserva toda su fuerza y sigue siendo un recurso importante en el bagaje pastoral de todo buen evangelizador..." ("Rosarium Virginis Mariae", 17)

«Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios, vínculo de amor que nos une a los Ángeles, torre de salvación contra los asaltos del infierno, puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás. Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía. Para Ti el último beso de la vida que se apaga. Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre, oh Reina del Rosario de Pompeya, oh Madre nuestra querida, oh Refugio de los pecadores, oh Soberana consoladora de los tristes. Que seas bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y en el Cielo». ("Rosarium Virginis Mariae", 43)

sábado, 30 de septiembre de 2017

La Papieska Kremowka el dulce preferido de San Juan Pablo II

El Papa Juan Pablo II habitualmente almorzaba y cenaba de un modo muy simple y bastante temprano ya que su día comenzaba a las 5.30 de la mañana, su primera comida era la más importante, la espiritual en la Santa Misa, luego tomaba el desayuno con té y pan con manteca, al almuerzo para él era fundamental todo los días comenzar con un plato de sopa, y generalmente comía sutiles porciones de carne con bastante verduras, para terminar con la fruta. En la cenas, comía lo que avanzaba del almuerzo. Todo cuidadosamente preparado por las monjas polacas.

Pero de tanto en tanto se daba un gusto goloso, añoranzas de su amado país y que se hizo famoso con el nombre de Papieska Kremowka (pastel de crema papal), un dulce hecho con pasta de hojaldra rellena con crema. Cuando era estudiante, recordaba papa Wojtyla, con sus amigos para festejar la promoción del liceo, organizó una competencia para ver quien lograba comer más Kremowka, Karol llegó a comer 18 pero no fue el ganador.

Esta es la receta para la Kremowka:

Ingredientes:
2 capas de hojaldre
500 ml. de leche
4 yemas
125 gr. de azúcar
50 gr.de fécula de maíz
1 cucharadita de esencia de vainilla
La piel de un limón
1 cucharada de manteca

Preparación:
Hornear dos masas de hojaldres de esas que se compran en el supermercado, o comprar directamente las hojas de hojaldres ya preparadas.

Para la crema colocar la leche en una cacerola calentar y agregar la mitad del azúcar y la vainilla. Tamizar la fécula de maíz y el azúcar restante para evitar grumos, agregar las yemas mezclando sin batir. Verter la mitad de la leche sobre el batido de yemas, mezclando bien.

Llevar al fuego el resto de la leche. Cuando rompa el hervor, volcar la preparación de yemas, mezclando con batidor para evitar la formación de grumos. Cocinar durante un minuto, removiendo bien para que no se pegue. Quitarla del fuego y dejarla enfriar.

Cuando la crema pastelera esté fría, extenderla sobre una de las capas de hojaldre y luego taparla con la segunda hoja de hojaldre. Espolvorear con azúcar impalpable, cortar y servir.

Algunos también agregan un poco de rhum o nata a la crema, para darle más sabor, pero a san Juan Pablo II le gustaba más la tradicional si estos agregados.

Y recuerda como él mismo dijo en la XVII Jornada Mundial de la Juventud: “Así como la sal da sabor a la comida y la luz ilumina las tinieblas, así también la santidad da pleno sentido a la vida”

sábado, 23 de septiembre de 2017

San Juan Pablo II y el Santo Padre Pío de Pietrelcina

El Padre Pío de Pietrelcina y Juan Pablo II (Karol Wojtyla) han sido dos enormes santos de nuestro tiempo. Ambos vivieron durante el siglo XX, y en algún momento sus vidas “se cruzaron” de manera providencial:

Cuando Karol Wojtyla era un sacerdote en su nativa Polonia, cada vez que visitaba a Italia viajaba a San Giovanni Rotondo para confesarse con el Padre Pío. En una de esas ocasiones, el Padre Pío pareció entrar en un breve trance y le dijo: "Vas a ser Papa"… y continuó: "También veo sangre... Vas a ser Papa y veo sangre".

Ciertamente todos sabemos que en octubre de 1978 Karol pasó a ser el papa Juan Pablo II. Y recordamos también que el 13 de mayo de 1981, ocurrió el atentado contra aquel mismo sacerdote polaco, ahora S.S. Juan Pablo II.

La sangre fue derramada ese día en la plaza del Vaticano. El mensaje del Padre Pío coincide con el mensaje de la tercera parte del secreto de Fátima aunque este era aún secreto cuando ocurrió la profecía.

Para aumentar este vínculo celestial entre ambos santos, fue el propio papa Juan Pablo II el que beatificó al Padre Pío el 2 de mayo de 1999, y luego lo canonizó el 16 de junio de 2002.

jueves, 14 de septiembre de 2017

De San Juan Pablo II a la Virgen de los Dolores

"Mis queridos hermanos y hermanas: Junto a vosotros está siempre Santa María, como estuvo al pie de la Cruz de Jesús. Acudid a Ella exponiéndole vuestros dolores. La mano y la mirada maternales de la Virgen os aliviará y consolará, como sólo Ella sabe hacerlo. Cuando recéis el Santo Rosario, poned especial acento en aquella invocación de la letanía: "Salud de los enfermos, ruega por nosotros". "

- San Juan Pablo II. Conclusión del Discurso a los enfermos. Catedral de Córdoba (Argentina) 8 de abril de 1987 -

viernes, 8 de septiembre de 2017

Natividad de María - Oración de San Juan Pablo II

¡Oh Virgen naciente,
esperanza y aurora de salvación para todo el mundo, vuelve benigna tu mirada materna hacia todos nosotros, reunidos aquí para celebrar y proclamar tus glorias!

¡Oh Virgen fiel,
que siempre estuviste dispuesta y fuiste solícita para acoger, conservar y meditar la Palabra de Dios, haz que también nosotros, en medio de las dramáticas vicisitudes de la historia, sepamos mantener siempre intacta nuestra fe cristiana, tesoro precioso que nos han transmitido nuestros padres!

¡Oh Virgen potente,
que con tu pie aplastaste la cabeza de la serpiente tentadora, haz que cumplamos, día tras día, nuestras promesas bautismales, con las cuales hemos renunciado a satanás, a sus obras y a sus seducciones, y que sepamos dar en el mundo un testimonio alegre de esperanza cristiana!

¡Oh Virgen clemente,
que abriste siempre tu Corazón materno a las invocaciones de la humanidad, a veces dividida por el desamor y también, desgraciadamente, por el odio y por la guerra, haz que sepamos siempre crecer todos, según la enseñanza de tu Hijo, en la unidad y en la paz, para ser dignos hijos del único Padre celestial! Amén.

Oración de San Juan Pablo II
8 de septiembre de 1980

sábado, 2 de septiembre de 2017

María, "Mujer Eucarística"

"Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia. En la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, presentando a la Santísima Virgen como Maestra en la contemplación del Rostro de Cristo, he incluido entre los misterios de la luz también la institución de la Eucaristía. Efectivamente, María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él.

A primera vista, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto con los Apóstoles, «concordes en la oración» (cf. Hch 1, 14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos «en la fracción del pan» (Hch 2, 42).

Pero, más allá de su participación en el Banquete Eucarístico, la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es «mujer  eucarística» con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio." (CARTA ENCÍCLICA ECCLESIA DE EUCHARISTIA, 53). 

San Juan Pablo II

martes, 22 de agosto de 2017

San Juan Pablo II y María Reina

La devoción popular invoca a María como Reina. El Concilio, después de recordar la asunción de la Virgen «en cuerpo y alma a la gloria del cielo», explica que fue «elevada (...) por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte» (Lumen gentium, 59).

En efecto, a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el concilio de Éfeso la proclama «Madre de Dios», se empieza a atribuir a María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este reconocimiento ulterior de su excelsa dignidad, quiere ponerla por encima de todas las criaturas, exaltando su función y su importancia en la vida de cada persona y de todo el mundo.

Pero ya en un fragmento de una homilía, atribuido a Orígenes, aparece este comentario a las palabras pronunciadas por Isabel en la Visitación: «Soy yo quien debería haber ido a ti, puesto que eres bendita por encima de todas las mujeres tú, la madre de mi Señor, tú mi Señora» (Fragmenta: PG 13, 1.902 D). En este texto se pasa espontáneamente de la expresión «la madre de mi Señor» al apelativo «mi Señora», anticipando lo que declarará más tarde san Juan Damasceno, que atribuye a María el título de «Soberana»: «Cuando se convirtió en madre del Creador, llegó a ser verdaderamente la soberana de todas las criaturas» (De fide orthodoxa, 4, 14: PG 94 1.157).

Mi venerado predecesor Pío XII en la Encíclica Ad coeli Reginam, a la que se refiere el texto de la constitución Lumen gentium, indica como fundamento de la realeza de María, además de su maternidad, su cooperación en la obra de la redención. La Encíclica recuerda el texto litúrgico: «Santa María, Reina del cielo y Soberana del mundo, sufría junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (MS 46 [1954] 634). Establece, además, una analogía entre María y Cristo, que nos ayuda a comprender el significado de la realeza de la Virgen. Cristo es rey no sólo porque es Hijo de Dios, sino también porque es Redentor. María es reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque, asociada como nueva Eva al nuevo Adán, cooperó en la obra de la redención del género humano (MS 46 [1954] 635).

En el evangelio según san Marcos leemos que el día de la Ascensión el Señor Jesús «fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16, 19). En el lenguaje bíblico, «sentarse a la diestra de Dios» significa compartir su poder soberano. Sentándose «a la diestra del Padre», él instaura su reino, el reino de Dios. Elevada al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el mundo.

El título de Reina no sustituye, ciertamente, el de Madre: su realeza es un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le fue conferido para cumplir dicha misión.

Así pues, los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto no sólo no disminuye, sino que, por el contrario, exalta su abandono filial en aquella que es madre en el orden de la gracia.

Elevada a la gloria celestial, María se dedica totalmente a la obra de la salvación para comunicar a todo hombre la felicidad que le fue concedida. Es una Reina que da todo lo que posee compartiendo, sobre todo, la vida y el amor de Cristo.

San Juan Pablo II

lunes, 14 de agosto de 2017

La Asunción de María al Cielo

¡Ave María, Mujer humilde, bendecida por el Altísimo! Virgen de la esperanza, profecía de tiempos nuevos, nosotros nos unimos a tu cántico de alabanza para celebrar las Misericordia del Señor, para anunciar la venida del Reino y la plena liberación del hombre.

¡Ave María, humilde Sierva del Señor,
gloriosa Madre de Cristo!
Virgen fiel, morada santa del Verbo,
enséñanos a perseverar en la escucha de la Palabra,
a ser dóciles a la voz del Espíritu Santo,
atentos a sus llamados en la intimidad de la conciencia
y a sus manifestaciones en los acontecimientos de la historia.

¡Ave María, Mujer de dolor,
Madre de los vivientes!
Virgen Esposa ante la Cruz, Eva nueva,
sed nuestra guía por los caminos del mundo,
enséñanos a vivir y a difundir el Amor de Cristo,
a detenernos Contigo ante las cruces
en las que tu Hijo aún está crucificado.

¡Ave María, Mujer de fe,
primera entre los discípulos!
Madre de la Iglesia, ayúdanos a dar siempre
razón de la esperanza que habita en nosotros,
confiando en la bondad y en el Amor del Padre.
Enséñanos a construir el mundo desde adentro:
en la profundidad del silencio y de la oración,
en la alegría del amor fraterno,
en la fecundidad insustituible de la Cruz.
Santa María, Madre de los creyentes,
Nuestra Señora de Lourdes, ruega por nosotros.

Oración de San Juan Pablo II
14 de agosto de 2004

sábado, 29 de julio de 2017

Señor Jesús, ¡quédate con nosotros!

Tú, divino Caminante, experto de nuestras calzadas y conocedor de nuestro corazón, no nos dejes prisioneros de las sombras de la noche.

Ampáranos en el cansancio, perdona nuestros pecados, orienta nuestros pasos por la vía del bien.

Bendice a los niños, a los jóvenes, a los ancianos, a las familias y particularmente a los enfermos. Bendice a los sacerdotes y a las personas consagradas. Bendice a toda la humanidad.

En la Eucaristía te has hecho “remedio de inmortalidad”: danos el gusto de una vida plena, que nos ayude a caminar sobre esta tierra como peregrinos seguros y alegres, mirando siempre hacia la meta de la vida sin fin.

Quédate con nosotros, Señor!
Quédate con nosotros! Amén.

domingo, 9 de julio de 2017

Murió Joaquín Navarro Valls, portavoz por más de 20 años de San Juan Pablo II

Joaquín Navarro-Valls, portavoz del Papa Juan Pablo II durante más de dos décadas, ha fallecido a los 81 años de edad. La noticia la ha dado a conocer el actual director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, Greg Burke.

Médico y periodista de formación, en 1984 Navarro-Valls (Cartagena, 1936) se convirtió en el primer laico y el primer no italiano en ocupar el cargo de director de la Sala de Prensa de la Santa Sede. Durante el pontificado de San Juan Pablo II desarrolló un trabajo fundamental, sobre todo en los últimos meses, cuando la salud del anciano papa polaco estaba muy deteriorada y se encargaba de comunicar con precisión a la prensa las condiciones del pontífice.

Actualmente era presidente del Consejo Asesor de la Universidad Campus Bio-Medico de Roma. Fue considerado como el laico con más poder en el Vaticano y el principal artífice de la modernización de la información en la Santa Sede.

Acompañó al papa Juan Pablo II en todos sus viajes y actos oficiales, y como portavoz vaticano confirmó oficialmente la muerte del pontífice en la noche del 2 de abril de 2005.

Durante su etapa como director de la Sala de Prensa de la Santa Sede potenció y modernizó la Oficina de Prensa vaticana, que canaliza toda la información sobre la actividad del Pontífice y de los dicasterios de la curia.

Acompañó tanto a Juan Pablo II como a su sucesor Benedicto XVI (2005-2013), en todos sus viajes por el mundo y en todas sus conferencias internacionales.

El 11 de julio de 2006, después de 22 años como portavoz del Papa dejó la dirección de la Sala de Prensa de la Santa Sede, pocos días después de acompañar a Benedicto XVI en su viaje a Valencia para participar en el Encuentro Mundial de las Familias.
Navarro-Valls se doctoró en Medicina por la Universidad de Granada en 1961, en las especialidades de Psiquiatría y Psicología Social. Más tarde, en 1968, se licenció en Periodismo por la Universidad de Navarra. Desde 1960 hasta 1974 colaboró en diversos periódicos y revistas de España y fue fundador de la revista "Diagonal" en Barcelona. De 1974 a 1977 fue corresponsal de las revistas "Nuestro tiempo" y "Revista de Medicina", y portavoz del Opus Dei, organización de la que forma parte desde 1959. El 1 de diciembre de ese último año fue nombrado corresponsal del diario madrileño "ABC" para Italia, el Vaticano y los países del Este mediterráneo, con sede en Roma. Ese cargo lo compaginó en 1983 y 1984 con el de consejero y luego presidente de la Asociación de la Prensa Extranjera en Italia, hasta que el 4 de diciembre de 1984 fue nombrado Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, debido a una decisión personal del papa Juan Pablo II. A partir de esta fecha, se convirtió en una de las personas de mayor confianza del papa y su portavoz oficial que le acompañó en todos sus viajes y actos oficiales, incluso durante las cortas vacaciones del pontífice. Tras abandonar el cargo, debutó en la televisión pública italiana RAI como comentarista, y en enero de 2007 asumió la presidencia del Consejo Asesor de la Universidad Campus Bio-Medico de Roma, centro universitario dependiente del Opus Dei, del que era miembro. Además, desde 2008 empezó a colaborar con la empresa Lux Vide, en la supervisión de mensajes por telefonía móvil con frases históricas de Juan Pablo II, y desde enero de 2009 presidió la Fundación Telecom Italia. En 1983 fue galardonado por el Rey Juan Carlos I, a petición del Gobierno español, con la encomienda de la Orden de Mérito Civil y en abril de 1997 se le concedió la Gran Cruz de esta misma orden. Obtuvo en su carrera premios como el "Líder de Opinión 1980", de la Asociación Internacional de Operadores de Información (OIPEF); premio "Calabria" 1984 para corresponsales en el extranjero; premio "Laurel 1985" y "Laurel Especial 1999" de la Asociación de la Prensa de Murcia o el premio internacional de periodismo "Ischia" en 1985. Era doctor "honoris causa" por la Universidad Cardenal Herrera-CEU de Valencia (2005) y por la Universidad Internacional de Cataluña (2010)

domingo, 11 de junio de 2017

Santísima Trinidad


¡Gloria y alabanza a ti, Santísima Trinidad, único y eterno Dios!

Bendito seas, Padre, que en Tu infinito Amor nos has dado a Tu Hijo Unigénito, hecho carne por obra del Espíritu Santo en el seno purísimo de la Virgen María y nacido en Belén hace dos mil años. Él se hizo nuestro Compañero de viaje y dio nuevo significado a la historia, que es un camino recorrido juntos en las penas y los sufrimientos, en la fidelidad y el amor, hacia los cielos nuevos y la tierra nueva en los cuales Tú, vencida la muerte, serás Todo en todos.

¡Gloria y alabanza a Ti, Santísima Trinidad, Único y Eterno Dios!

Que por tu gracia, Padre, este tiempo sea un tiempo de conversión y de gozoso retorno a Ti; que sea un tiempo de reconciliación entre los hombres y de nueva concordia entre las naciones; un tiempo en que las espadas se cambien por arados y al ruido de las armas le sigan los cantos de la paz. Concédenos, Padre, poder vivir dóciles a la voz del Espíritu, fieles en el seguimiento de Cristo, asiduos en la escucha de la Palabra y en el acercarnos a las fuentes de la gracia.

¡Gloria y alabanza a Ti, Santísima Trinidad, Único y Eterno Dios!

Sostén, Padre, con la fuerza del Espíritu, los esfuerzos de la Iglesia en la nueva evangelización y guía nuestros pasos por los caminos del mundo, para anunciar a Cristo con la propia vida orientando nuestra peregrinación terrena hacia la Ciudad de la Luz. Que los discípulos de Jesús brillen por su amor hacia los pobres; que sean solidarios con los necesitados y generosos en las obras de misericordia; que sean indulgentes con los hermanos para alcanzar de Ti ellos mismos indulgencia y perdón.

¡Gloria y alabanza a Ti, Santísima Trinidad, Único y Eterno Dios!

Concede, Padre, que los discípulos de Tu Hijo, purificada la memoria y reconocidas las propias culpas, sean una sola cosa para que el mundo crea. Se extienda el diálogo entre los seguidores de las grandes religiones y todos los hombres descubran la alegría de ser hijos tuyos. A la voz suplicante de María, Madre de todos los hombres, se unan las voces orantes de los apóstoles y de los mártires cristianos, de los justos de todos los pueblos y de todos los tiempos, para que este tiempo sea para cada uno y para la Iglesia causa de renovada esperanza y de gozo en el Espíritu.

¡Gloria y alabanza a Ti, Santísima Trinidad, Único y Eterno Dios!

A Ti, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia. En el Espíritu que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

San Juan Pablo II

domingo, 4 de junio de 2017

El Espíritu Santo os lo enseñará todo

Creo oportuno proponer a vuestra reflexión y a vuestra oración estas palabras de Jesús: «El Espíritu Santo os lo enseñará todo» (cf. Jn 14, 26). Nuestro tiempo está desorientado y confundido; a veces, incluso, parece que no conoce la frontera entre el bien y el mal; aparentemente, rechaza a Dios, porque lo desconoce o porque no lo quiere conocer.

En esta situación, es importante que nos dirijamos idealmente al cenáculo para revivir el misterio de Pentecostés (cf. Hch 2, 1-11) y para permitir que el Espíritu de Dios nos lo enseñe todo, poniéndonos en una actitud de docilidad y humildad a su escucha, a fin de aprender la «sabiduría del corazón» (Sal 90, 12) que sostiene y alimenta nuestra vida.

Creer es ver las cosas como las ve Dios, participar de la visión que Dios tiene del mundo y del hombre, de acuerdo con las palabras del Salmo: «Tu luz nos hace ver la luz» (Sal 36, 10). Esta «luz de la fe» en nosotros es un rayo de la luz del Espíritu Santo. En la secuencia de Pentecostés, oramos así: «Oh luz dichosísima, penetra hasta el fondo en el corazón de tus fieles».

Jesús quiso subrayar fuertemente el carácter misterioso del Espíritu Santo: «El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu» (Jn 3, 8). Entonces, ¿es necesario renunciar a entender? Jesús pensaba exactamente lo contrario, pues asegura que el Espíritu Santo mismo es capaz de guiarnos «hasta la verdad completa» (Jn 16, 13).

Una luz extraordinaria sobre la tercera Persona de la Santísima Trinidad ilumina a los que quieren meditar en la Iglesia y con la Iglesia el misterio de Pascua y de Pentecostés. Jesús fue «constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos» (Rm 1, 4).

Después de la Resurrección, la presencia del Maestro inflama el corazón de los discípulos. «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros?» (Lc 24, 32), dicen los peregrinos que iban camino de Emaús. Su palabra los ilumina: nunca habían dicho con tanta fuerza y plenitud: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28). Los cura de la duda, de la tristeza, del desaliento, del miedo, del pecado; les da una nueva fraternidad; una comunión sorprendente con el Señor y con sus hermanos sustituye al aislamiento y la soledad: «Ve a mis hermanos» (Jn 20, 17).

Durante la vida pública, las palabras y los gestos de Jesús no habían podido llegar más que a unos pocos millares de personas, en un espacio y lugar definidos. Ahora esas palabras y esos gestos no conocen límites de espacio o de cultura. «Este es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros. Esta es mi Sangre, derramada por vosotros» (cf. Lc 22, 19-20): basta que sus Apóstoles lo hagan «en conmemoración suya», según su petición explícita, para que él esté realmente presente en la Eucaristía, con su Cuerpo y su Sangre, en cualquier parte del mundo. Es suficiente que repitan el gesto del perdón y de la curación, para que él perdone: «A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20, 23).

Cuando estaba con los suyos, Jesús tenía prisa; le preocupaba el tiempo: «Todavía no ha llegado mi tiempo» (Jn 7, 6); «todavía por un poco de tiempo está la luz entre vosotros» (Jn 12, 35). Después de la Resurrección, su relación con el tiempo ya no es la misma; su presencia continúa: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).

Esta transformación en profundidad, extensión y duración, de la presencia de nuestro Señor y Salvador es obra del Espíritu Santo.

Y, cuando Cristo Resucitado se hace presente en la vida de las personas y les da su Espíritu (cf. Jn 20, 22), cambian completamente, aun permaneciendo, más aún, llegando a ser plenamente ellas mismas. El ejemplo de San Pablo es particularmente significativo: la luz que lo deslumbró en el camino de Damasco hizo de él un hombre más libre de lo que había sido; libre con la libertad verdadera, la del Resucitado ante el que había caído por tierra (cf. Hch 9, 1-30). La experiencia que vivió le permitió escribir a los cristianos de Roma: «Libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna» (Rm 6, 22).

Lo que Jesús comenzó a hacer con los suyos en tres años de vida común, es llevado a plenitud por el don del Espíritu Santo. Antes la fe de los Apóstoles era imperfecta y titubeante, pero después es firme y fecunda: hace caminar a los paralíticos (cf. Hch 3, 1-10), ahuyenta a los espíritu inmundos (cf.Hch 5, 16). Los que, en otro tiempo, temblaban a causa del miedo al pueblo y a las autoridades, afrontan a la muchedumbre reunida en el templo y desafían al Sanedrín (cf. Hch 4, 1-14). Pedro, a quien el miedo a las acusaciones de una mujer había llevado a la triple negación (cf. Mc 14, 66-72), ahora se comporta como la «roca» que Jesús quería (cf. Mt 16, 18).

María, a diferencia de los discípulos, no esperó la Resurrección para vivir, orar y actuar en la plenitud del Espíritu. El Magníficat expresa toda la oración, todo el celo misionero, toda la alegría de la Iglesia de Pascua y de Pentecostés (cf. Lc 1, 46-55).

A Ella, Esposa del Espíritu y Madre de la Iglesia, me dirijo con las palabras de San Ildefonso de Toledo:

«Te suplico encarecidamente, oh Virgen santa,
que yo reciba a Jesús por aquel Espíritu
por obra del cual Tú misma engendraste a Jesús.
Que mi alma reciba a Jesús por aquel Espíritu,
por obra del cual tu carne concibió al mismo Jesús.
Que yo ame a Jesús en aquel mismo Espíritu,
en el que Tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo».
(De virginitate perpetua Sanctae Mariae, XII: PL 96,106).

San Juan Pablo II (JMJ 1998)